dilluns, 14 de novembre del 2011

Tris Tras

Coreografía: Mónica Runde, 10&10 Danza
Intérpretes: Iker Arrue, Dácil González, Joaquín Hidalgo, Mar López y Mónica Runde
Centro Cultural Las Rozas, 12 de noviembre de 2011
Festival Madrid en Danza

Foto: Jesús Robisco

Instantes vividos
              “Un ángulo me basta,
              un libro y un amigo, un sueño breve.
              Tiempo para el amor es lo que pido.”
                                      Juan Antonio González Iglesias

El ballet clásico persiguió la belleza de la forma, como la danza moderna utilizó el dinamismo de la fuerza para ocupar el espacio escénico. Pero fue, por fin, la danza contemporánea la que llevó los cuerpos al estado estático, instante (radical) de creación autopoyética: bailarines atravesados por el movimiento. Este espectáculo bien podría ser una apuesta por relatar ese tránsito histórico que nos ha conducido de la perfección milimétrica de los movimientos acompasados de la caja de música de la bailarina rusa; a la performance de un intérprete estático en posición imposible durante horas, convulsionado por los espasmos musculares de su cuerpo. De ambos ejemplos, en sendos cuadros, aunque sin llegar a la incomodidad del espectador, se da cuenta en Tris Tras. Como también de los orígenes del movimiento (al inicio, quizás lo más resuelto desde la perspectiva del pensamiento); o el momento del sensible claroscuro del dúo protagonizado por Dácil González e Iker Arrue (el erotismo de lo intersticial, según Bataille); y la interesante idea que se genera, en otro de los cuadros a destacar, con los calcetines de los bailarines, sometidos a una fuerza de gravedad tan imposible que la compañía debe sacárselos para poder continuar volando. Serían estos, a falta de mejor memoria para recordar otros momentos, lo más destacado del espectáculo.

En el programa de mano la coreógrafa, Mónica Runde, propone la liberación definitiva del relato para que sea el movimiento el principal valedor de la propuesta. Aunque puede que eso sea justamente un problema. Porque un acto de amor profundo (y es indiscutible en la idea, decidido en la interpretación de todos los bailarines y bien acompañado por una música interesante), huelga recordar que no existe, si no se dice. Y esa es la carencia principal de la propuesta: temer decir lo que de hecho quiere transmitirse.

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