diumenge, 15 de gener del 2017

Traumboy

Daniel Hellmann
Sala Hiroshima, 14 de gener de 2016
Publicat també al portal de critics Recomana.cat

Yo confieso

El suizo Daniel Hellmann es trabajador del sexo, además de artista: cantante y performer. Unas semanas atrás presentó Full Service: una intervención en el bar de la Sala Hiroshima. La propuesta era muy sencilla, pero intensa en su planteamiento: proponía llevar a cabo deseos del público a cambio de una cantidad de dinero pactada con anterioridad. En la página web de su proyecto se puede leer las peticiones que le hicieron y el resultado de aquellas intervenciones. Es muy ilustrativo ver como es mayor la curiosidad por la propia performance, que la osadía de las propuestas. Y desde luego, a excepción de un par de ellas, solo se acercaron discretamente a la temática que ha presentado en Traumboy.

O a lo mejor no tan poco: porque después de todo, en un largo monólogo inicial, dice conocer muy bien los intereses de sus clientes y, por extensión, de la condición humana: seres siempre en busca de intimidad. Como si tratase de un objeto valioso que hemos perdido en la larga noche del desierto, en una obsesiva pesquisa por reencontrar ese extraordinario don que representan dos o más personas en comunicación emocional.

Sobre esa verdad se sostiene la performance de Daniel Hellmann. Lo que favorece no sólo la implicación del público (a través de sms o de preguntas directas que hace el artista) sino muy especialmente la construcción de un clima escenográfico sin grandes intensidades interpretativas, pero repleto de connivencia. Parece que sabe muy bien que abriendo a los demás su interior inescrutable es fácil intentar entender algunos aspectos de su peculiar modo de vida: las motivaciones, situación personal y familiar, experiencias sexuales y posicionamiento con respecto a la prostitución masculina destinada a hombres. Y todo con un cierto encanto naif: cuando canta al estilo de una drag queen, o mientras explica sobre su infancia, juventud y amoríos.

Sin embargo se tiene la sensación de haber asistido a una confesión. En el sentido más duro y estricto como lo definiera el filósofo Michel Foucault. Alrededor del sexo, decía, se construyó un dispositivo tal que obligó a cada uno a generar un discurso: obligándose a hablar sobre sus actos. Una instancia de micropoder desde la cual se ejerce el control social. Una paradoja más de nuestros tiempos, porque aunque parezca que esto fortalece la libertad del sujeto frente a los abusos y, especialmente, los estigmas del entorno, hay que ser muy astuto para no acabar simplemente pidiendo permiso por tus acciones. Y el tono emotivo de esta performance, el esfuerzo del artista por enseñarlo todo, su determinación por empatizar con el público, y su magnífica presencia física y utilización de los recursos expresivos de su cuerpo, acaban resultando un poco dóciles y estándares. Lo que realmente es una pena, porque se adivina detrás de esa presencia casi angelical todo un mundo lleno de sorpresas. Como esas ganas que dice tener de cantar en Eurovisión. ¡Cuántos personajes en uno, este Hellmann! Esperaremos con ansiedad que en futuras propuestas muestre algo más de ellos.

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